La premiada autora de Pirineo Noir regresa con un thriller literario que no da tregua: ‘Fiebre’

No son monstruos.

Son personas dominadas por la fiebre.

No pueden frenar sus impulsos ante nada. Ante nadie.

Cuando dos se encaran se comportan como lobos capaces de amputarse una pata para alcanzar al otro.

«Solo queda el ansia, el deseo de ver cómo la vida se apaga entre tus manos, por tus manos. No es rabia, tampoco es venganza, es otra cosa. Es fiebre».

LA OBRA

Amélie Bottin, veintitrés años. Desaparecida Irina Petrescu, veintidós años. Desaparecida.

Carlota Barrenatxea Gómez de Galarreta, veinte años. Desaparecida.

Primero aparecieron los animales muertos. Después desaparecieron ellas.

Para Alice Leclerc todo empezó el 28 de junio de 2013….. y aún no ha acabado. El oscuro secreto ha regresado para atormentar a la famosa escritora hispanofrancesa. Algo horrible que sucedió en Biarritz hace diez años, en medio de una investigación extraoficial realizada por quien entonces era su prometido, hoy su marido, el agente de la Gendarmerie Kevin Girard.

Las secuelas de aquel caso nunca cicatrizaron y las viejas heridas han abierto sus bocas. Solo una persona puede escuchar lo que Alice tiene que contar. La misma única persona que podría ayudarla. Su amiga de la infancia. La presunta asesina de As Boiras. Ana Cas-tán. Pero ella está encerrada en el Centro Penitenciario de Zuera, en Aragón, contando las pocas semanas de prisión preventiva que faltan hasta que se celebre su juicio. Sobre ella pesa la acusación de haber cometido los sangrientos crimenes que sacudieron la localidad pirenaica un año atrás, donde la intervención de Alice Leclerc fue vital para lograr su detención.

Nadie sospecha que Ana es la única persona que puede ayudar a Alice a cerrar, de una vez por todas, el círculo de lo que ocurrió en Biarritz. Quienes una vez fueron amigas íntimas están condenadas a volver a entenderse.

« si vas a contarme tu historia, quiero que me lo cuentes todo. No te guardes ni un detalle, por insignificante que parezca…»

LA DUALIDAD COMO AMENAZA

El arquetipo de los personajes complementarios nos intriga sobremanera. Ana Castán confronta a Alice, la impulsa en su búsqueda, la ayuda a poner en orden su mundo. A lo largo de la historia, la literatura ha usado este arquetipo para hacer crecer al protagonista, para mostrar sus aristas, conectar con temas más profundos o buscar su universalidad. También, cuando es el caso, porque las dos caras de una misma moneda pueden reflejar diferentes perspectivas de un mismo hecho (Ana y Alice son dos caras de una infancia compartida. Una infancia troncal que se ha bifurcado y ha tratado a cada una de un modo diferente).

Hay algo de inquietante en esta idea de lo cercano que se vuelve rotundamente diferente a lo esperado, como ese vecino al que nadie vio venir… Pero se puede volver diabólica cuando hablamos de personas que comparten un mismo y único origen y están unidas por una conexión mucho más fuerte que la dada por la sociedad, la cultura e incluso una misma educación familiar.

El arquetipo de los gemelos para mostrar contrarios

(Tweedledum y Tweedledee en Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll) que encarnan esas luchas entre opuestos inherentes a la humanidad o para compartir un destino aunque luego la vida les separe, como sucede con Claus y Lucas, los gemelos de la famosa trilogía de Agota Kristof, es una de las herramientas más poderosas por la forma en que impacta en el imaginario colectivo. Y la autora de Fiebre conoce bien ese poder. Y lo maneja con maestría.

PRISIONERAS

María Pérez Heredia hace de Fiebre una prisión en la que el lector queda atrapado. Con esa historia que ser-pentea fría como una culebra entre las piernas de unas mujeres secuestradas por el Hombre de Negro. Un espacio, esa sala a oscuras donde las encierra, cruel, desde el que nos llega el olor a sangre y los gritos sin esperanza de ser escuchados. Tienen otro sonido. Más penetrante. Infinitamente más doloroso. Allí una mujer se ha abandonado al destino de una cama que es su único consuelo. La mujer de una sola pierna que parece ser la amante de su captor, su forzada compañera. La receptora de su odio, de su amor loco y psicopático.

Otras mujeres legan y no tardan en irse. Ella lo sabe y reza porque sean esas otras a las que lleva a la habitación de la puerta roja. Que sea otra la sacrificada. Es una superviviente. Como Ana. Como Alice. Como Yulia.

Como Svetlana.

«Hablaba poco, pero su mirada fría era elocuente: ha-blaba de inviernos gélidos y de sangre coagulada derramándose entre las piernas, de cuchillos afilados y de bli-nis con caviar, de dinero perdido y ganado, de apuestas que habían salido mal…»

Hay prisiones que no tienen muros. Los barrotes de transacciones impiden que la mercancía escape. La mercancía, por supuesto, viene de la pobreza para alimentar el mundo de la bolsa, de las subastas… Compra barato y vende caro. Vendida al mejor postor. Algunas logran habitar su vida y tener pequeños pisos en ciu-dades costeras donde ofrecer un cuerpo que dejó de pertencerles hace tiempo. Otras caen entre las redes de los pescadores de miserias. Algunas sueñan desde la cárcel con el día de la venganza. Con…

«… cortarle el cuello a aquel hombre, para degollarlo y dejarlo colgado, bocabajo, desangrándose como un cerdo».

Piensan mucho en eso por las noches. En el día que escapen. En el que sean verdugas. En el que acaben con sus pesadillas. En el que alguien las encuentre, aunque esto no tenga el mismo significado para todas. Son pri-sioneras. Solo cambian las cárceles. Y los carceleros, que a veces vienen de fuera y otras nacen de una misma y debes cubrirte el rostro para que no te saquen os ojos.

«Lo vio en el brillo de sus ojos azules, entendió que había capítulos enteros de su pasado: pesadillas, nombres y lugares que la perseguían incluso hasta su celda. Entendió también que ella se sentía más segura en prisión que fuera. Y así supo cuánto necesitaba su ayuda».

FRAGMENTOS

«Las personas con rasgos de personalidad psicopática suelen ser personas manipuladoras. Son capaces de hacerle cambiar radicalmente de idea a alguien, y me refiero a alguien medianamente inteligente, no a cualquier idiota. Por ejemplo, pueden lograr que los invite a su casa alguna persona que no tenía en un principio esa intención. Normalmente lo consiguen poniendo en marcha una singular mezcla de lisonjas y amenazas, de forma sutil, para que esa persona no se é cuenta de qué está ocurriendo exactamente».

«Alice se quedó callada. No expresó con palabras lo que sentía en realidad: que había sido la última, la única op-ción; que, en fin, la necesitaba. No era algo que le gustase reconocer, y tampoco le habia gustado que mencionase a su marido, cómo le había mentido para acudir hasta allí. Hasta ella. Había demasiadas cosas de las que no quería hablar, en las que no quería ni siquiera pensar Y, sin embargo, sabía que si Ana se lo pidiese, lo haria».

«El Hombre de Negro se disgustó mucho cuando ella trató de escapar. Pensaba, ingenuo él, que ella sería diferente. En cierto modo lo era, porque había apren-dido. La castigó, le dolió hacerlo, pero solo se aprende sufriendo. Sangrando. Le cortó la pierna izquierda. Lo hizo bien, limpiamente. Ella lloró, lloró sin parar durante días enteros, como si no supiese que a él también le dolía. Después, él cocinó su carne. Hizo un estofado, con zanahorias y patatas, y se lo sirvió. Ella no comió. No comió el primer día y tampoco el segundo. El siguió sirviéndole el mismo plato. Al séptimo día, ella comió».

«Nos pusimos un poco violentos. Los dos tiramos de él, cogiéndolo de las patas. El cachorro empezó a gimotear, pero ninguno de nosotros quería soltarlo. Nos peleamos y acabamos por el suelo, hasta que lo aplastamos sin querer. No fue hasta que apareció mi padre, preocupado por el jaleo […] que nos apartamos y vimos a Bobby ahí tirado, en el suelo, aplastado. A mi padre le preocupó que no estuviésemos llorando, le preocupó que, según él, nos diera igual».